Jeffrey Goldberg, editor en jefe de The Atlantic, se convirtió en el centro de atención tras revelar un escándalo de seguridad nacional conocido como el “Signal leak scandal”. Este incidente ocurrió cuando fue accidentalmente añadido a un chat grupal en la aplicación de mensajería cifrada Signal, donde altos funcionarios de la administración de Donald Trump discutían planes militares confidenciales sobre ataques aéreos contra los rebeldes hutíes en Yemen.
Goldberg, un periodista experimentado con una trayectoria destacada en política y seguridad nacional, aprovechó esta oportunidad única para filtrar lo que describió como una grave violación de los protocolos de seguridad, filtrando detalles de las conversaciones en un artículo que generó revuelo tanto en los círculos políticos como en los medios de comunicación.
Nacido en Brooklyn en una familia judía, Goldberg tiene una conexión personal y profesional con el Medio Oriente que marcó su carrera. Tras estudiar en la Universidad de Pensilvania, dejó sus estudios para mudarse a Israel, donde sirvió en las Fuerzas de Defensa de Israel como guardia de prisión durante la primera intifada.
Esta experiencia, junto con su trabajo como corresponsal en la región para medios como The Jerusalem Post y The New Yorker, le otorgó un conocimiento profundo sobre los conflictos geopolíticos, un tema recurrente en su periodismo.
Su historial crítico hacia Trump, incluyendo reportajes previos que irritaron al expresidente, como las acusaciones de que llamó “perdedores” a soldados caídos, lo convirtió en una figura polarizante, pero también en el candidato perfecto para incomodar a la administración con esta filtración.
El escándalo del chat de Signal no solo destacó la aparente negligencia de funcionarios como el asesor de seguridad nacional Michael Waltz y el secretario de Defensa Pete Hegseth, sino que también reforzó la reputación de Goldberg como periodista. A pesar de las críticas de la Casa Blanca, que intentó desacreditarlo y minimizar la gravedad del incidente, Goldberg defendió su decisión de publicar la información, argumentando que el público tenía derecho a conocer la magnitud de la brecha de seguridad.
Su salida del chat tras confirmar los ataques y su posterior entrevista con la BBC subrayan su compromiso con la responsabilidad periodística, mientras que las reacciones divididas — desde elogios de sus colegas hasta ataques de la administración — reflejan el impacto duradero de su trabajo en este caso.