El regreso del whistleblower

Filtraciones | Santiago O'Donnell

No hay cárcel ni castigo capaz de frenar el avance de la tecnología y la búsqueda de la verdad.

La filtración de documentos secretos del Pentágono y la historia del presunto filtrador, detenido el jueves pasado y acusado de crímenes gravísimos, marcan el regreso de los whistleblowers o alertadores al centro del escenario mediático mundial. Confirman además la llegada de la era de la transparencia, un período de la historia en la que hasta las grandes potencias mundiales no pueden ocultar sus más oscuros secretos por más que persigan y castiguen a quienes los filtran.

El presunto filtrador

Jack Texeira (foto), el presunto filtrador, es un analista informático de 21 años miembro de la Guardia Nacional que trabajaba el turno noche en una base de la Fuerza Aérea estadounidense. Desde 2020 tenía un grupo de chat cerrado en la red social Discord con veintipico de miembros que él lideraba. La mitad de esos miembros eran extranjeros, incluyendo al menos un ruso y un ucraniano. AllíTexeira compartía su interés por las armas, su fervor cristiano, su pasión por los videojuegos y sus ideas libertarias. Según The Washington Post, un video que compañeros de chat atribuyen a Texeira lo mostraría en un polígono de tiro blandiendo un rifle mientras grita a epítetos racistas y antisemitas.

Al poco tiempo de formar el grupo, bajo el apodo OG, Texeira habría empezado a filtrar documentos secretos escritos en papel que habría sustraído de la base militar. Según sus compañeros de chat al principio OG compartió transcripciones de los documentos que él mismo tipeaba en el chat pero muchos en el grupo dudaron de su autenticidad o ignoraron los posteos. Entonces habría empezado a compartir fotos tomadas en su casa de documentos secretos arrugados, al tiempo que aceleraba el ritmo de sus posteos. Para fines del año pasado, según miembros del grupo, OG ya subía varios documentos por semana. En febrero un miembro del grupo reenvió una decena de esos documentos a un sitio abierto accesible a los miles de miembros de Discord. De ahí pasó a cuentas rusas de Telegram y luego migró a Twitter. El 6 de Abril el New York Times dio cuenta de la megfiltración y la noticia dio la vuelta al mundo. Una semana después el Post publicó una entrevista a dos miembros del grupo de chat, un texto repleto de pistas que conducían a Texeira. Cuando el FBI llegó a su casa de Massachussets al día siguiente para arrestarlo, periodistas del New York Times hacían guardia frente a la puerta de entrada.

La filtración

¿Y qué dicen los documentos filtrados? Dicen que el Pentágono tenía serias dudas sobre el devenir de la guerra en Ucrania y de la capacidad de Kiev para lanzar una contraofensiva contra Rusia. También revelan que según informes de inteligencia era “improbable” que un acuerdo de paz se pudiera alcanzar este año. El whistleblower además posteó resúmenes de conversaciones confidenciales con líderes mundiales e información de tecnología satelital que Estados Unidos usa para espiar a otros países, más informes de inteligencia sobre naciones rivales y también aliadas, incluyendo Irán, Gran Bretaña, Canadá, Corea del Sur e Israel.

El Fiscal General Merrick Garland imputó a Texeira con cargos que emanan de la Ley de Espionaje y que podrían costarle hasta 15 años de cárcel. Investigadores federales citados en la prensa norteamericana argumentan que la filtración reveló movimientos de tropas y otras precisiones que habrían puesto en riesgo la vida de tropas aliadas. Pero el propio presidente de Estados Unidos reconoció que no se había filtrado información sensible: «Me preocupa que haya ocurrido, pero no hay nada actual que yo sepa que sea de gran preocupación,» declaró Joe Biden antes de regresar de su gira por Irlanda.

Whistleblowers

La irrupción de Texeira en el universo de las megafiltraciones es un bienvenido regreso al periodismo de investigación de los alertadores o denunciantes filtradores en la tradición de como Daniel Ellsberg, Edward Snowden o Chelsea Manning, por solo nombrar a los tres más conocidos. En los últimos años, con la detención de filtradores como Chelsea Manning, Reality Winner, Daniel Hale y Terry Albury, y con el duro trato que recibieron y reciben del sistema judicial y penitenciario estadounidense, los whistleblowers parecían intimidados y retirados del escenario mediático. La detención arbitraria y tortura del publicador de filtraciones Julian Assange hace cuatro años parecía haberles dado el golpe de gracia.

Su lugar lo ocuparon equipos de hackers vinculados a aparatos de inteligencia de distintos gobiernos. Y vaya ironía, quizás el mayor filtrador en esta etapa ha sido, a través de sus agentes, el propio gobierno de Estados Unidos. La megafiltración de mayo del año pasado conocida como “Los archivos policiales de Xinjiang” sobre la represión de la minoría Ughur en China es un buen ejemplo. Partió de informes supuestamente secretos de una agencia de inteligencia estadounidense no identificada, fue canalizada por una fundación financiada por el Congreso de EE.UU. y se difundió en los principales diarios de Occidente gracias a un acuerdo con el Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación. El estado ruso también le ha tomado el gusto a las grandes filtraciones en los últimos años, sobre todo a través del grupo de hackers paraestatal Gucifer 2.0, involucrado en grandes filtraciones de Emanuel Macron, Hillary Clinton, el Comité Olímpico Internacional y el Partido Demócrata estadounidense.

Los whistleblowers tienen mala prensa, la historia les dispensa un trato mucho más amable. Esta semana la cobertura de los Discord Leaks de los grandes medios de Estados Unidos puso el foco en la vulnerabilidad del sistema de inteligencia norteamericano y en presentar a Texeira como un criminal irresponsable y fundamentalista. Asimismo ignoraron el aporte del filtrador al ejercicio de la libertad de expresión y sobre todo al derecho a la información en ese país y el mundo entero.

Pero el valiente paso adelante dado por él, desafiando el cuasi monopolio que han logrado las grandes potencias en la publicación de información clasificada, no puede taparse con versiones hasta ahora no corroboradas de su supuesta ideología racista y antisemita.

Texeira no está preso por lo que piensa sino por haber revelado secretos. Secretos de Estado que desnudan la inmoralidad de la guerra de Ucrania y de todas las guerras, amén de las inmundicias del submundo del espionaje internacional. Información de evidente interés público cuya divulgación debería estar amparada por la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos en vez de censurada por una antigua ley que debería aplicarse a espías y no a divulgadores de datos que los ciudadanos tienen derecho a conocer porque afectan sus vidas.

“(El filtrador) tenía una visión oscura del gobierno y hablaba de Estados Unidos, y particularmente de las fuerzas del orden y la comunidad de inteligencia, como una fuerza siniestra que buscaba reprimir a sus ciudadanos y mantenerlos en la oscuridad«, contó uno de sus compañeros de chat al Washington Post. Cualquier semejanza con la realidad no es casual.

En la era de la transparencia todo se sabe o eventualmente se sabrá. El regreso del whistleblower demuestra que no hay cárcel ni castigo capaz de frenar ni al avance de la tecnología del conocimiento, ni a la eterna búsqueda de las verdades que nos hacen libres.