ARCHIVO DE LEAKS: La trama secreta de Bank of America, Palantir y HBGary contra WikiLeaks

Archivo filtraciones

Tras las filtraciones masivas de WikiLeaks en 2010, que expusieron secretos gubernamentales y corporativos, varios actores financieros y de seguridad emprendieron acciones encubiertas para frenar al portal fundado por Julian Assange. Uno de los episodios más reveladores fue el plan coordinado —encabezado por Bank of America y las firmas Palantir Technologies, HBGary Federal y Berico Technologies— destinado a desacreditar a WikiLeaks y hostigar a sus colaboradores. Esta trama, ocurrida entre 2010 y 2011, salió a la luz gracias a una filtración de correos internos obtenidos por el colectivo de hackers Anonymous, arrojando luz sobre hasta dónde estaban dispuestos a llegar ciertos poderes para silenciar a una organización incómoda.

Antecedentes: WikiLeaks bajo presión tras sus revelaciones

En 2010, WikiLeaks sacudió al mundo con publicaciones explosivas —desde registros de guerras en Irak y Afganistán hasta miles de cables diplomáticos de Estados Unidos— que incomodaron tanto a gobiernos como a grandes empresas financieras. A finales de ese año, Julian Assange insinuó tener en su poder documentos comprometedores de un importante banco estadounidense, ampliamente rumorado como Bank of America. El simple anuncio disparó alarmas en la cúpula de BoA: sus ejecutivos temían que WikiLeaks divulgara información perjudicial sobre la entidad. En paralelo, crecía la ofensiva contra WikiLeaks en otros frentes: compañías como PayPal, Visa, MasterCard y la propia Bank of America bloquearon las vías de financiación de WikiLeaks, asfixiando sus donaciones en represalia por las filtraciones.

La perspectiva de un “megaleak” bancario llevó a Bank of America a prepararse para una guerra informativa. Según reveló posteriormente el periodista Glenn Greenwald, en 2010 BoA contrató a la firma de data intelligence Palantir Technologies ante el temor de que WikiLeaks efectivamente tuviera documentos incriminatorios del banco. Bank of America buscaba proteger su reputación y neutralizar cualquier divulgación dañina. Para ello, a través de su firma de abogados de confianza (Hunton & Williams), recurrió a un consorcio de empresas de seguridad cibernética —Palantir, HBGary Federal y Berico Technologies— para diseñar un plan que contrarrestara a WikiLeaks. Era el nacimiento de una alianza encubierta cuyo objetivo sería minar la credibilidad de WikiLeaks e intimidar a quienes la apoyaban.

 

El plan secreto: sabotaje y difamación

Lo que Bank of America solicitó (de forma indirecta, mediante Hunton & Williams) fue una estrategia integral para “atacar” a WikiLeaks y protegerse de sus posibles revelaciones. Las firmas Palantir, HBGary y Berico elaboraron varias propuestas confidenciales. Entre ellas destacaba un plan detallado que proponía tácticas agresivas e ilícitas para desacreditar al sitio de Assange. Por ejemplo, una presentación en PowerPoint descubierta luego por Anonymous describía la idea de filtrar documentos falsos a WikiLeaks y luego exponerlos públicamente como falsificaciones, con el fin de sembrar dudas sobre la fiabilidad del portal. Esta maniobra buscaría que WikiLeaks publicara información adulterada para así arruinar su reputación ante el mundo.

Otro componente del complot era emprender campañas de desprestigio y presión contra periodistas y defensores asociados a WikiLeaks. Los correos internos mostraron que los conspiradores identificaron a ciertos individuos cuyo apoyo resultaba crucial para la organización de Assange. En particular, apuntaron al periodista estadounidense Glenn Greenwald (entonces columnista de Salon.com) y al británico James Ball (excolaborador de WikiLeaks que más tarde trabajó en The Guardian), entre otros. “Sin el apoyo de personas como Glenn, WikiLeaks se vendría abajo”, afirmaba cínicamente una de las diapositivas del plan. La idea era “amenazar a los defensores clave de WikiLeaks (incluido [Greenwald]) con la destrucción de sus carreras”, tal como recordó el propio Greenwald al revisar estos hechos años después. En otras palabras, pretendían intimidar a figuras públicas pro-WikiLeaks mediante ataques a su reputación o estabilidad laboral, aislando así a WikiLeaks de cualquier respaldo prominente.

No se descartaban tampoco acciones de hacking ofensivo. Aunque Palantir insistía en que su rol era solo brindar plataformas de análisis de datos, los correos sugerían que el grupo consideró medidas informáticas contra WikiLeaks y sus aliados. Incluso se planteó la posibilidad de explotar disputas internas o revelar información privada para sembrar discordia y miedo. El objetivo final era claro: “sabotear y desacreditar” a WikiLeaks, neutralizando su capacidad de difundir filtraciones, todo ello en beneficio de Bank of America.

Cabe destacar que la conspiración contra WikiLeaks no era el único proyecto turbio en el que estas firmas trabajaban. En correos de HBGary se encontró también una propuesta dirigida a la Cámara de Comercio de EE.UU., en la cual por un jugoso contrato de $2 millones ofrecían tácticas para “mitigar” la influencia de grupos adversarios al poderoso gremio empresarial. Entre esas tácticas figuraban operaciones de inteligencia y difamación contra organizaciones sindicales y activistas críticos de la Cámara. Este paralelo evidenció un patrón preocupante: las mismas empresas estaban dispuestas a vender estrategias de espionaje y coerción al mejor postor, fuese para silenciar a un medio incómodo o para desarticular movimientos cívicos.

Anonymous expone la conspiración

Irónicamente, los planes secretos de Bank of America y sus contratistas acabaron saliendo a la luz por obra de otra filtración. A comienzos de 2011, el entonces CEO de HBGary Federal, Aaron Barr, alardeó ante la prensa sobre sus supuestos esfuerzos por infiltrar y exponer a integrantes de Anonymous. Esta bravuconada resultó un error fatal. En represalia, el colectivo Anonymous lanzó un ataque cibernético contra HBGary Federal en febrero de 2011, consiguiendo acceso a decenas de miles de correos electrónicos internos. Los hacktivistas publicaron esos archivos en línea, desatando lo que sería un escándalo mayúsculo.

Entre la avalancha de mensajes filtrados emergieron las pruebas del complot contra WikiLeaks. Los documentos internos confirmaron que en noviembre-diciembre de 2010 las firmas Palantir, HBGary y Berico —autodenominadas en conjunto “Team Themis”— habían colaborado en propuestas tanto para Bank of America como para la Cámara de Comercio. Periodistas de investigación analizaron el material y difundieron sus hallazgos. El diario británico The Guardian, por ejemplo, detalló cómo una de las presentaciones encontradas delineaba la estrategia de sabotaje: inundar WikiLeaks con información adulterada para luego dejarla en ridículo al exponer el engaño. Asimismo, los correos evidenciaban la deliberada intención de “socavar” a periodistas percibidos como simpatizantes de WikiLeaks, citando explícitamente a Greenwald y a Ball como blancos a vigilar.

Las revelaciones causaron asombro e indignación en la comunidad mediática y entre defensores de la libertad de expresión. Que uno de los mayores bancos de EE.UU. estuviese involucrado —aunque fuera indirectamente— en planes dignos de una “guerra sucia” contra un portal de filtraciones y contra periodistas resultó impactante. El propio Glenn Greenwald, al enterarse de que su nombre aparecía en la conspiración, inicialmente reaccionó con incredulidad y desdén ante lo que consideró “absurdo”. Pero, tras examinar en frío la evidencia, admitió que el asunto era muy serio “por las implicaciones más amplias que demostraba”. Los correos filtrados habían destapado una preocupante connivencia entre poderosos intereses privados para atacar a la prensa incómoda mediante métodos clandestinos.

Disculpas, despidos y repercusiones

Una vez expuesto el complot, las empresas involucradas y sus supuestos clientes se apresuraron a marcar distancias y a gestionar la crisis de imagen. Bank of America negó tener conocimiento de esas propuestas y aseguró que HBGary Federal nunca fue contratada formalmente en su nombre. De igual modo, la Cámara de Comercio afirmó no saber nada del asunto. En esencia, los presuntos beneficiarios finales del plan se deslindaron por completo, condenando las tácticas reveladas.

Por su parte, las firmas de seguridad implicadas tomaron medidas públicas. Palantir Technologies, quizá la más prestigiosa de las tres, emitió rápidamente comunicados de disculpa. Su joven CEO, Alex Karp, declaró haber “cortado todos los lazos” con HBGary en cuanto supo del tema. Karp enfatizó que Palantir es una empresa de software analítico y que “no desarrolla —ni desarrollará— capacidades ofensivas de ciberataque”, intentando así desvincularse de cualquier plan de hackeo o sabotaje. Palantir anunció incluso la suspensión (temporal) de uno de sus ingenieros, involucrado en la elaboración del plan anti-WikiLeaks. Asimismo, la compañía creó un Consejo Asesor de Privacidad y Libertades Civiles, como gesto para reparar su reputación tras el escándalo.

Lo más notable fue la disculpa personal que Palantir ofreció a Glenn Greenwald. Alex Karp lo contactó directamente y le pidió perdón por haber sido blanco de la propuesta conspirativa (Greenwald comentaría años después que dicha llamada ocurrió “solo porque [Palantir] fue atrapada”). En una carta pública, Karp extendió sus disculpas “a las organizaciones progresistas en general, y al Sr. Greenwald en particular, por cualquier participación que hayamos tenido en estos asuntos”. Estas excusas, inusuales en el sector, equivalían a un reconocimiento tácito de que lo revelado por Anonymous era verídico y sumamente grave.

Berico Technologies, la tercera empresa implicada, también se apresuró a condenar el plan filtrado. Sus fundadores emitieron un comunicado confirmando que sí habían sido consultados para un posible contrato, pero que su trabajo se limitó a analizar información pública, sin participar de acciones ofensivas. Subrayaron que consideraban “reprehensible” cualquier iniciativa de “apuntar proactivamente” a organizaciones o individuos, esforzándose por limpiar el nombre de Berico.

En cuanto a HBGary Federal, la pequeña firma cuyo correo hackeado desató todo, las consecuencias fueron fulminantes. Su CEO Aaron Barr, señalado como autor de varias de las ideas más tóxicas (como la de presionar a periodistas), se vio forzado a dimitir de su cargo a finales de febrero de 2011. La empresa HBGary, golpeada por la brecha de seguridad y la exposición pública de sus trapos sucios, quedó sumida en el descrédito. Incluso en pleno mea culpa de las otras compañías, la presidenta de la matriz HBGary, Penny Leavy, se limitó a despotricar contra Anonymous tachándolo de “grupo criminal” por divulgar sus correos. Pero sus quejas tuvieron poco eco frente al consenso general: aquí los escandalizados no eran los hackers, sino la opinión pública al enterarse de las prácticas que HBGary y sus socios estaban dispuestos a llevar a cabo.

El bufete Hunton & Williams, intermediario que habría solicitado las propuestas a instancias de Bank of America, guardó silencio y no emitió comentarios sustanciales. Reportes posteriores indicaron que el Departamento de Justicia de EE.UU. recibió pedidos de congresistas para investigar posibles violaciones legales en estas conductas, aunque no hubo consecuencias judiciales conocidas. En el terreno empresarial, Bank of America optó por romper cualquier vínculo con los contratistas implicados una vez que la información salió a la luz, buscando minimizar el daño reputacional.

Impacto mediático y lecciones sobre libertad de expresión

Las revelaciones de esta trama anti-WikiLeaks tuvieron un enorme impacto mediático en su momento, alimentando titulares en la prensa internacional. No solo confirmaban los temores de muchos sobre la existencia de “operaciones oscuras” contra WikiLeaks, sino que aportaban detalles concretos de cómo actores privados poderosos estaban dispuestos a vulnerar principios democráticos —como la libertad de prensa— con tal de proteger sus intereses. The Guardian publicó los pormenores apenas días después de la filtración, al igual que otros medios como The New York Times y Wired, generando un debate sobre los límites éticos de la ciberseguridad corporativa y la connivencia entre empresas y gobierno.

Para el periodismo de investigación, este caso supuso una vindicación de la importancia de sacar a la luz las presiones ocultas que enfrentan quienes difunden información incómoda. WikiLeaks, a fin de cuentas, era un medio dedicado a publicar materiales verídicos que incomodaban al poder. Que un banco gigante y empresas vinculadas a la inteligencia planearan tácticas de difamación y sabotaje contra periodistas (Greenwald) y whistleblowers fue visto como un ataque a la libertad de expresión misma. Organizaciones de derechos civiles advirtieron que, de no haberse destapado el complot, esas prácticas clandestinas habrían sentado un peligroso precedente para acallar voces disidentes en la era digital.

Glenn Greenwald, quien continuó defendiendo a WikiLeaks en los años siguientes, calificó lo sucedido como una demostración de cómo los grandes intereses corporativos pueden conspirar en las sombras para destruir a sus críticos. El episodio fortaleció su convicción —y la de muchos colegas— de que la vigilancia y la transparencia son fundamentales: solo mediante la exposición pública de estas tramas se puede frenar su avance. De hecho, en retrospectiva, Greenwald resaltó la ironía de que Palantir terminara pidiéndole disculpas después de haber buscado arruinarlo, y cómo fue necesario que “los atraparan” in fraganti para que la empresa admitiera su falta.

A más de una década de distancia, la historia del complot de Bank of America, Palantir y HBGary contra WikiLeaks sigue siendo aleccionadora. Por un lado, evidenció el lado oscuro de la relación entre el sector privado y la seguridad informativa, donde firmas con estrechos lazos gubernamentales (Palantir colabora con agencias de inteligencia y defensa) pueden prestarse a campañas ilegítimas contra la sociedad civil. Por otro lado, dejó patente que incluso actores muy poderosos pueden quedar expuestos por la acción de vigilantes digitales y de una prensa diligente.

Fuentes: The Guardian; Salon; Business Insider; The Guardian (vía Common Dreams); Glenn Greenwald (X/Twitter).