Un cable a la vez: el modelo agroindustrial en primer plano
Desde 2010, las filtraciones de WikiLeaks sacaron a la luz miles de cables diplomáticos que revelan el papel clave que jugaron Estados Unidos y sus embajadas en la promoción global de la agroindustria biotecnológica, con Monsanto como principal beneficiaria. Los documentos, muchos de ellos clasificados, exponen estrategias coordinadas para influir gobiernos, moldear legislaciones y proteger los cultivos genéticamente modificados (GMOs), incluso si eso implicaba presionar con sanciones o desestimar preocupaciones científicas y sociales. La diplomacia, en esos casos, se convirtió en extensión del poder corporativo.
Europa: represalias como política de Estado
Una de las revelaciones más resonantes fue el cable enviado en diciembre de 2007 por Craig Stapleton, entonces embajador de EE.UU. en Francia. Ante la decisión del gobierno francés de prohibir el maíz MON810, propiedad de Monsanto, Stapleton sugirió al Departamento de Estado una lista de represalias comerciales contra la Unión Europea. “Debemos calibrar una lista de represalias que cause algo de dolor en toda la UE”, escribió el diplomático. No se trataba de defender la ciencia, sino de disciplinar a quienes se opusieran al modelo.
En España, otros cables mostraron cómo Washington colaboraba con funcionarios locales para defender el mismo maíz transgénico. “España sigue siendo uno de nuestros mejores aliados en biotecnología agrícola”, celebraba uno de los textos, revelando que los esfuerzos para contener las críticas al modelo Monsanto también incluían reuniones privadas, apoyo económico y presión ante medios de comunicación y entidades científicas.
América Latina: soja, lobby y geopolítica
Argentina, segundo exportador mundial de soja y uno de los territorios donde el modelo Monsanto más se consolidó, también aparece en los cables filtrados. Documentos diplomáticos detallan reuniones con representantes del sector privado, seguimiento de actores políticos locales y estrategias para garantizar que el país no revise sus regulaciones favorables a los GMOs. La embajada estadounidense en Buenos Aires monitoreaba el clima político en torno a la biotecnología, identificando aliados y oponentes al modelo agroexportador que incluía soja RR (resistente al glifosato) y un paquete tecnológico con semillas patentadas.
Otros países de América Latina también fueron blanco de campañas diplomáticas. En Chile, Paraguay y Brasil, se organizaron seminarios, se enviaron delegaciones técnicas y se buscaron influir decisiones legislativas con argumentos “pro-ciencia”, muchas veces financiados directa o indirectamente por organismos vinculados al gobierno de EE.UU. y a empresas como Monsanto.
África y Asia: “misiones pedagógicas” con intereses privados
El continente africano fue otro de los objetivos de la ofensiva diplomática. Cables provenientes de Marruecos, Mozambique, Sudáfrica y Egipto detallan esfuerzos para “educar” a funcionarios públicos y periodistas sobre los beneficios de los organismos genéticamente modificados. Detrás de esos eventos estaban el Departamento de Estado, USAID y lobbistas de la industria agrobiotecnológica.
En Asia, los documentos revelan el uso de fondos públicos para repartir materiales pro-Monsanto en escuelas, universidades y canales de televisión. En Hong Kong, por ejemplo, se financiaron campañas contra el etiquetado obligatorio de alimentos transgénicos.
Una estrategia sistémica: ciencia, comercio y relato
Las filtraciones evidencian que no se trataba de episodios aislados, sino de una estrategia sistemática. Estados Unidos utilizó su red diplomática para:
- Promover políticas regulatorias laxas sobre biotecnología.
- Respaldar a Monsanto ante desafíos legales o sociales.
- Presionar a gobiernos críticos con amenazas comerciales.
- Financiar eventos de “alfabetización científica” con fuerte sesgo corporativo.
El discurso era siempre el mismo: los transgénicos eran necesarios para la seguridad alimentaria global. Pero detrás de esa narrativa, los cables mostraban una maquinaria de presión donde la “ciencia” se subordinaba a los intereses del agronegocio.
Impactos y consecuencias
La publicación de estos cables tuvo múltiples efectos. Por un lado, fortaleció a movimientos ecologistas y a organizaciones de consumidores que denunciaban la falta de transparencia en torno a la expansión de Monsanto y su modelo. Por otro, puso en aprietos a gobiernos que se mostraban públicamente neutrales o críticos, pero que colaboraban activamente con embajadas para facilitar el ingreso de biotecnología.
También ayudó a entender cómo la regulación de los alimentos y los insumos agrícolas es un campo de batalla geopolítico: las decisiones locales sobre semillas, agrotóxicos y patentes pueden estar condicionadas por intereses que se negocian a puertas cerradas en embajadas y foros multilaterales.
¿Qué queda hoy del legado de las filtraciones?
A más de una década de esas revelaciones, el caso Monsanto sigue generando consecuencias. La empresa fue adquirida por Bayer en 2018, pero su historial continúa siendo objeto de demandas judiciales por los efectos del glifosato. En paralelo, se profundizó la desconfianza pública hacia los vínculos entre ciencia, corporaciones y política exterior.
WikiLeaks ayudó a visibilizar esa trama opaca. Como señala el periodista francés Hervé Kempf, “los ecologistas tienen una deuda con Julian Assange”: sin esos cables, muchos mecanismos de influencia hubieran seguido ocultos. En un mundo donde las crisis alimentarias, sanitarias y climáticas se entrecruzan, el legado de las filtraciones invita a pensar qué modelo agroindustrial queremos, y quién decide sobre nuestros alimentos.