Durante años, el mito del “dinero libio” acompañó como un rumor persistente a la figura de Carlos Menem. Supuestamente, el expresidente argentino habría recibido millones de dólares del líder libio Muammar Khadafi durante su campaña presidencial de 1989. La reciente serie Menem de Amazon Prime revivió el enigma con una escena impactante: los gemelos Zulema y Carlos Nair descubren un maletín lleno de dólares en el placard de su padre, quien les explica que es dinero enviado por Khadafi. La escena, cargada de simbolismo, traza un puente entre el imaginario colectivo argentino y una historia de relaciones internacionales opacas. Pero, ¿qué hay de cierto en esta versión?
La respuesta más sólida no proviene del mundo de la ficción, sino del de las filtraciones diplomáticas. En 2010, WikiLeaks publicó miles de cables confidenciales del Departamento de Estado de Estados Unidos, entre ellos varios referidos a la política argentina de los años noventa. Uno de esos cables, difundido por el periodista Santiago O’Donnell en Página/12, menciona directamente una supuesta transferencia de 100 millones de dólares de Libia hacia la campaña menemista. El documento data de 1992 y fue enviado por la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires a Washington. Allí se consigna que fuentes bien conectadas —aunque no identificadas— aseguraban que Khadafi había financiado la llegada de Menem al poder.
La relación entre Menem y Khadafi, aunque breve en el tiempo, estuvo cargada de simbolismo político. A pocos meses de asumir la presidencia, en 1989, Menem viajó a Trípoli y fue recibido con honores por el líder libio. En ese momento, Libia estaba bajo sanciones internacionales y considerada un “Estado paria” por Occidente. Sin embargo, el flamante presidente argentino, que por entonces coqueteaba con un discurso de “tercerismo” y no alineamiento, no dudó en establecer vínculos con el régimen africano. Años más tarde, esos mismos vínculos serían objeto de sospecha por parte de servicios de inteligencia y diplomáticos extranjeros.
En julio de 1995, el vínculo entre ambos gobiernos volvió a escena. Al Saadi Khadafi, tercer hijo del dictador libio y por entonces un joven de 23 años, visitó Buenos Aires acompañado por una comitiva oficial. Fue recibido por Menem en la residencia de Olivos, en una reunión estrictamente privada que duró apenas 25 minutos. El cable de la embajada estadounidense, también filtrado por WikiLeaks, asegura que el joven vino con la intención de suavizar el boicot internacional contra su país y obtener algún gesto político de la Argentina. Pero, según el despacho firmado por el encargado de negocios Ronald Godard, Menem evitó cualquier compromiso y se limitó a hablar de fútbol con su invitado.
El documento confidencial fue enviado al Departamento de Estado y a diversos puestos militares norteamericanos en el mundo, incluyendo el Comando Sur, entonces con base en Panamá. En él se narra cómo la reunión fue dominada por temas protocolares y deportivos. La interpretación del diplomático es que Menem, con su astucia habitual, prefirió evitar cualquier conversación de fondo sobre política internacional o sanciones, y practicó lo que el cable denomina “una reunión sin sustancia”, pese a las expectativas de la delegación libia.
La visita de Al Saadi Khadafi ocurrió en un contexto internacional delicado. Libia soportaba desde hacía tres años duras sanciones impuestas por las Naciones Unidas, por negarse a extraditar a dos ciudadanos acusados de derribar el vuelo de PanAm en Lockerbie en 1988, atentado que dejó 259 muertos. El embargo incluía restricciones aéreas, limitaciones para la compra de armas, equipos petroleros y el congelamiento de activos libios en bancos extranjeros. Aunque las sanciones empezarían a levantarse recién en 1999, el régimen libio buscaba apoyo en países periféricos para romper el aislamiento.
El cable de WikiLeaks detalla incluso los pasos posteriores de la embajada para confirmar que la conversación no había pasado de lo superficial. Consultaron a funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores, como José Luis Mignini y Ana María Ramírez, quienes confirmaron que el contenido del encuentro se centró exclusivamente en temas protocolares. También se detalla que Al Saadi no trajo ningún mensaje oficial de su padre, ni se discutió ninguna agenda bilateral sustantiva. La presencia del vicecanciller Fernando Petrella en la reunión refuerza la idea de que la visita era diplomáticamente monitoreada.
Años después, Al Saadi cumpliría su sueño de convertirse en futbolista profesional. Presidía un club libio, dirigía la federación de fútbol de su país, contrató a Diego Maradona como asesor, a Bilardo como DT y al velocista Ben Johnson como entrenador físico. En 2003 jugó contra la selección argentina en Trípoli, y ese mismo año fue fichado por el Perugia de Italia, aunque no debutó por dar positivo en un control antidopaje. Más tarde pasó por el Udinese y la Sampdoria, con resultados igualmente marginales.
La visita de Al Saadi a Olivos fue interpretada por los diplomáticos estadounidenses como parte de una estrategia de presión suave de Trípoli sobre países con vínculos históricos o simbólicos con el mundo árabe. Sin embargo, el resultado fue, según palabras del cable, “pobre”. El mensaje final del despacho destaca la debilidad política de la misión libia y el estilo de Menem para evitar compromisos: “El presidente Menem parece incapaz de resistir encuentros con celebridades, desde Los Rolling Stones hasta el hijo de Khadafi”.
Aunque el cable que menciona los 100 millones de dólares libios nunca fue acompañado por pruebas documentales, ni provocó investigaciones judiciales en Argentina, su existencia refuerza la percepción de que la campaña de Menem contó con apoyos internacionales poco transparentes. En ese marco, el relato de Mario Rotundo, operador clave de aquella campaña, cobra un nuevo interés: él mismo admitió que Khadafi colaboró económicamente con la candidatura del riojano. Para los Estados Unidos, esa conexión era suficientemente inquietante como para ser registrada y archivada en múltiples bases militares.
La historia entre Menem y Khadafi, y entre Argentina y Libia, estuvo marcada por gestos llamativos, rumores persistentes y diplomacia informal. Las filtraciones de WikiLeaks, aunque no prueban categóricamente el envío de fondos, dejan asentado que existía una preocupación real en los Estados Unidos sobre la relación entre ambos líderes. A más de tres décadas de aquellas campañas y visitas, lo que queda son los registros filtrados, los cables desclasificados y un rompecabezas político que la historia oficial aún no ha terminado de completar.